A continuación, proponemos un cuento. El profesor narraría dicho cuento con música de fondo, y los niños se moverán al son de la música y al mismo tiempo, interpretarán los movimientos de acuerdo con lo que vayan escuchando. Las palabras que aparecen en negrita y de color azul son aquellas que corresponden a acciones que deben realizar los discentes.
"Érase una vez, una isla mágica llamada san Borondón, vivía un fantasmita que se llamaba Ralú, y el pobre estaba muy triste porque no tenía amigos, y es que todos los habitantes de la isla huían de miedo nada verlo. Por eso, un día, el fantasma Ralú decidió hacer amigos, le costase lo que le costase.
Para buscar amigos Ralú comenzó a caminar por la isla, pero era tanta la ilusión que le embargaba, que los pasos cada vez eran más rápidos (correr), dando saltitos como caperucita.
El camino de la isla era cada vez más difícil continuar, pero eso no impedía que Ralú continuase con su objetivo, así que sacó todo su valor y empezó a caminar de puntillas, con mucho cuidado, por uno de los barrancos que había en san Borondón (caminamos de puntillas sobre los bancos).Cuando llegó a un campo comenzó a correr esquivando todas las rocas (las pelotas de gomaespuma) que allí estaban, mientras tarareaba una canción muy alegre, pues era así como Ralú se sentía.
De repente, a lo lejos, vio un camello y pensó que sería un buen amigo; para no asustarlo se agachó y se fue acercando con mucho cuidado (con las rodillas ligeramente flexionadas y de puntillas), pues no quería que huyera antes de decirle hola. Pero nuestro fantasmita no tuvo suerte, el camello nada más verlo echó a correr, temblando de miedo, y nuestro amigo decidió ponerse a correr detrás de él para intentar alcanzarlo, mientras gritaba ”¡no tengas miedo, quiero ser tu amigo!”. Pero no fue capaz de alcanzarlo, aunque esto no hizo que perdiera su deseo de hacer amigos.
Cuando reinició su camino, observó que al otro lado de la gran charca que estaba delante de él, había un timple y unas chácaras que conversaban alegremente, desde allí podía oír sus risas, así que se puso manos a la obra, y comenzó a saltar la charca que flotaban en el agua, que le sirvieron de apoyo para no mojarse y poder llegar al otro extremo de la charca (saltamos nenúfares que son aros).
Cuando alcanzó la otra orilla, se preguntó cuál sería la manera adecuada de llegar a donde estaban el timple y las chácaras sin asustarlos, y decidió ir arrastrándose por el suelo; pero de nada le valió a nuestro amiguito, porque nada más sentirlo llegar, el timple y las chácaras se fueron, rápidamente, con la música a otra parte.
Ralú se quedó solo en medio del campo, y como no sabía hacia donde ir, se puso a mirar por todas partes, para ver si encontraba a algún nuevo candidato para amigo. No vio a nadie, pero descubrió unos almendros en flor y no pudo evitar que la boca se le hiciera agua; con mucho cuidado se subió a un árbol (nos subimos a una espaldera), cogió unas cuantas almendras y volvió a bajar con cuidadito de no caerse. Como no tenía nada con qué abrirlas, las puso en el suelo y saltó encima de ellas, una vez abiertas, se sentó y se las comió.
Nuestro fantasmita no tardó en reiniciar su camino, eran tantas las ganas de tener amigos que la caminata no le cansaba, así que continuó dando saltitos alegremente, a un lado y a otro, moviendo también los brazos, mientras tarareaba una canción.
Detrás de unos árboles descubrió unos burritos que tenían cara de somáticos y decidió acercarse a donde estaban; como las veces anteriores no había tenido suerte, decidió volver a cambiar la manera de llegar hasta ellos, así que usando su imaginación dio con la fórmula que él consideró perfecta; se fue acercando entre los árboles, para que no lo vieran hasta estar el delante.
Y así fue, los burritos no lo vieron hasta que de un brinco se puso delante de ellos gritando ¡sorpresa, amigos!, pero fue tal el susto que les dio, que los animalitos pegaron un gran rebuzno y salieron en estampida, que más que burros parecían caballos salvajes. Y nuestro pobre amiguito también recibió un susto, pues no se esperaba esa reacción de los burritos, así que se sentó en el suelo y se puso a llorar.
Ralú ya no sabía hacia donde ir, miraba una y otra vez hacia todos los lados, incluso se subió, nuevamente, a lo alto de un árbol (nos subimos a las espalderas) para ver si así decidía antes qué camino escoger. No vio a nadie, pero descubrió un árbol muy bonito que le llamo la atención, y decidió ir hacia allí. Lo malo es que el árbol estaba en un barranco, y Ralú no quería caer rodando, así que se sentó en el suelo y se fue deslizando, tomando impulso con las manos, como si estuviese en un trineo.
Cuando llegó al árbol comenzó a dar vueltas alrededor (rodear) de él, mirándolo con mucha curiosidad, pues nunca había visto un árbol tan parecido, él no sabía que era un drago, pero sí que se había dado cuenta de que era un árbol tan maravilloso como la isla en la que vivía. Decidió sentarse un rato a descansar bajo la sombra del drago, y al poco tiempo de estar sentado, y estar dando cabezaditas, el pobre Ralú se llevó un susto enorme, pues debido a la posición de la luz del sol, a la suya y a la del árbol, se dibujaba en el suelo la figura de un dragón.
Fue tan grande el susto que se llevó en ese mismo instante se levantó y comenzó a girar sobre sí mismo, con los brazos en alto, y gritando de miedo.
Pero ese susto mereció la pena, pues ante tantos gritos, los niños que vivían cerca de ese lugar, y que jugaban por allí, se acercaron a él riendo, pues les hacía mucha gracia que un fantasma se asustara de una sombra, y le dijeron que no tuviese miedo, que no pasaba nada, que era sólo una sombra; y para demostrárselo, comenzaron a saltar encima de ella.
El fantasmita se alegro mucho al comprobar que realmente era una sombra, pero más se alegró al ver que unos niños estaban hablando con él; así que no dudó en preguntarles si ellos querían ser sus amigos, pues él no tenía ninguno y se sentía solo, y se aburría mucho, pues no tenía con quien jugar.
Los niños le dijeron sin dudarlo que sí, pues ellos también se alegraban de tener un nuevo amigo, tan diferente a ellos, con el que seguro harían muchos juegos y travesuras. Era tanta la alegría de los niños y de Ralú que se agarraron las manos y comenzaron a dar vueltas, mientras cantaban una canción. Estaban tan divertidos, que continuaron su alegría agarrados haciendo el trenecito, levantando primero un pie, y después el otro, dejando su que cuerpo se ladease hacia el lado contrario.
Las risas no paraban, pero tanto alboroto los fue cansando, así que todos se sentaron en el suelo a descansar; el fantasmita les pidió que se presentasen uno a uno, pues habían jugado juntos, pero él no sabía como se llamaban, ni ellos como se llamaba él; así que se hicieron las presentaciones, y siguieron hablando un ratito, apoyándose unos en los hombros de otros, hasta que se quedaron todos dormiditos".
(Revista digital Wadi-Red)
Realizado por: Laura Romero Oller
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